
Ginebra.- La crisis económica con que se enfrenta actualmente el mundo es la más grave en varias generaciones. La situación económica es muy mala, y empeorará antes de que comience a mejorar.
A medida que la economía mundial se deteriora, los responsables de la formulación de políticas recurren a todos los medios que tienen a su alcance para luchar contra el descenso de la producción, el aumento del desempleo y la atonía de la demanda. La búsqueda de soluciones a la grave crisis con que nos enfrentamos ha inducido a algunos a reconsiderar la idea común de que el crecimiento y el desarrollo deben basarse en el denominado Consenso de Washington, que prescribe la libertad de los mercados, la reducción al mínimo de la intervención de los gobiernos, las privatizaciones y la apertura del comercio como remedio para los males de la economía. La cautela con respecto al Consenso de Washington es en gran parte comprensible.
Por ejemplo, no me cabe duda de que la ausencia de una reglamentación prudente y de una supervisión de los mercados financieros constituye el núcleo mismo de la crisis en que nos encontramos hoy. En lo que difiero de los escépticos es en la cuestión de la apertura del comercio.
El seguro de la OMC
El comercio en el marco de un sistema de normas acordadas a nivel mundial ha tenido un efecto multiplicador en el crecimiento durante más de medio siglo. Además, el sistema internacional de comercio supervisado por la Organización Mundial del Comercio (OMC) ha sido una póliza de seguros eficaz contra el proteccionismo. La apertura del comercio ha contribuido en gran medida a sacar de una pobreza extrema a cientos de millones de personas y a mejorar las relaciones entre los países.
Pero a medida que empieza a cambiar el paradigma económico establecido hace tiempo surgen razones para preocuparse por la erosión de la creencia en la apertura del comercio. El Fondo Monetario Iinternacional (FMI) ha pronosticado que el comercio se contraerá un 2.8% este año, y dado que este pronóstico supone una notable revisión a la baja de la cifra estimada sólo unas semanas antes por el Banco Mundial, no podemos estar seguros de que el volumen del comercio no disminuirá aún más.
El descenso del volumen del comercio no es un misterio. El hundimiento de la demanda mundial de bienes de consumo y el agotamiento de la financiación del comercio han dado como resultado unas arcas vacías y una cartera de pedidos en blanco. Para sustentar la demanda, los gobiernos tendrán que estimular sus economías, utilizando medidas fiscales, puesto que los tipos de interés han caído a los niveles más bajos de la historia. Esos programas de estímulo fiscal exigen cierta coordinación para evitar que algunas economías reanuden mucho antes el crecimiento y se conviertan en el destino preferido de las exportaciones.
Financiación
Es necesario que las instituciones financieras internacionales y regionales colaboren con los prestamistas privados para ofrecer garantías de que los créditos al comercio constituyen una forma de actividad bancaria con un riesgo relativamente bajo. Cerca del 90% del comercio mundial recibe algún tipo de financiación, y esos fondos deberán empezar a afluir en cantidades suficientes si se quiere que el comercio crezca de nuevo.
Pero acecha otro peligro que podría empeorar esta situación ya mala: la amenaza de un retorno de las políticas aislacionistas del decenio de 1930. Si bien existen dudas en cuanto a cómo afectarán a la economía los diversos programas nacionales de estímulo, hay una cosa que sí sabemos: poner obstáculos al comercio no promueve el crecimiento ni salva puestos de trabajo.
Ejemplos
Por el contrario, la historia está llena de ejemplos de medidas proteccionistas y aislacionistas capaces de empeorar una mala situación económica. La tristemente conocida Ley Smoot-Hawley aumentó de forma brusca los aranceles aplicados por EEUU a más de 20,000 productos. Como era de prever, otros países adoptaron medidas de retorsión, elevando los aranceles que aplicaban a los productos estadounidenses. A ello siguió la Gran Depresión.
El Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio después de la segunda guerra mundial y la transformación del GATT en la OMC han garantizado en cierto modo la imposibilidad de que los gobiernos restablezcan las desastrosas políticas de empobrecimiento del vecino del decenio de 1930.
Pero las normas de la OMC distan de ser herméticas, e incluso dentro del ámbito de esas normas los gobiernos pueden emplear medidas que de hecho limiten el comercio, ya sean políticas antidumping, requisitos relativos a la concesión de licencias, subvenciones o normas sobre contratación.
La situación está evolucionando rápidamente y hasta la fecha la mayoría de los miembros de la OMC parecen haber mantenido a raya las presiones internas en favor del proteccionismo. Esto no quiere decir que los gobiernos deban permanecer ociosos mientras aumentan las pérdidas de puestos de trabajo y crece la agitación social, sino que protección de los puestos de trabajo no significa proteccionismo. Protección social significa mejora de la formación y de la asistencia sanitaria, más flexibilidad en los planes de pensiones y una red de seguridad social que impida que los trabajadores desplazados por la competencia extranjera sean relegados a los márgenes de la sociedad.
Normas
Esas medidas son igualmente necesarias en los países ricos y pobres si se quiere restablecer el apoyo público al comercio. Ha llegado también el momento de apuntalar las normas comerciales a escala mundial, haciéndolas más equitativas, transparentes y pertinentes. Durante más de 60 años, esas normas, supervisadas por la OMC, han proporcionado una firme base para el crecimiento económico y el desarrollo. La conclusión de la Ronda de negociaciones mundiales de Doha para el Desarrollo reforzaría esas normas y ayudaría a dejar claro que el comercio es parte de la solución a la contracción económica.
Fuente: www.listindiario.com.do
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